"No te fíes nunca de las apariencias..."

sábado, 12 de diciembre de 2009

The island of vampires 8


– ¿Estás bien? Iremos a la casa del leñador. No está muy lejos de aquí – me estrechó más aún y comenzamos a andar más arriba. Tras unos diez minutos de caminata llegamos a la cabaña del señor McDemon. Él tocó a la puerta.
El señor McDemon nos ayudó a entrar y nos prestó unas mantas. Dijo que esta tormenta duraría hasta mañana y que nos podíamos quedar en una habitación libre que tenía. Entramos los dos y él me dejó que durmiera en la cama. Se sentó al lado de la misma apoyando la espalda y allí se durmió.
La cara de Leo cuando dormía era muy relajante. Te hacía pensar que no podía pasar nada malo en ese preciso instante. No quise quedarme durmiendo en la cama y que él tuviera que dormir en el suelo. Me senté a su lado y apoyé la cabeza en su hombro. Justo cuando pensaba que estaba dormido, se giró y se encontró con mi cara. Pegó un respingo del suelo sin moverse de su sitio.
– Me has asustado – dijo él poniéndome un mechón de pelo detrás de la oreja. En ese momento me parecía una persona realmente diferente a la que había visto hacía media hora. No me di cuenta y me sonrojé, así que aparté la cara y miré hacia mis manos, que torcían la manta a mi alrededor – Por cierto... lo siento.
– No pasa nada, no ha pasado nada – dije pensando en voz alta.
– Sí, sí que ha pasado. Te he dicho aquello aún sabiendo que tu lo has pasado igual de mal que yo o incluso peor – de nuevo su voz profunda me envolvía y sus ojos me distraían.
– De todas formas te debo una por haberme ayudado. ¿Cómo me has encontrado?
– Cuando saliste de mi casa te vi por la ventana de mi habitación como ibas hacia la montaña. Te seguí. Creo que deberías haber sido más prudente... la montaña en estos momentos, bueno, siempre, es un sitio muy peligroso.
– ¿Y tú eres el chico siniestro? – dije riéndome.
– Siento decepcionarte...
– No lo has hecho – dije con una amplia sonrisa.
– Por muy dark que sea, también se preocuparme – esto último me sorprendió. Se había preocupado por mí. Y solo me conocía de hoy, técnicamente.
– Pues muchas gracias – dije mientras me acomodaba en su hombro.
Me dormí a su lado. Cuando desperté estaba entre sus brazos y la verdad es que no se estaba nada mal. Miré mi reloj empapado por la llovizna, eran las doce de la noche. Pero había conseguido entrar en calor. Me levanté sin hacer ruido ni despertar a Leo. Entre abrí la puerta y miré. El leñador nos había dejado encima de la mesa dos platos de sopa. Los cogí junto a las cucharas y las llevé a la habitación para no desvelar al señor. Cuando entré Leo estaba despierto y miraba con una cara iluminada la sopa. Estaba muerto de hambre al igual que una servidora.

No tardamos demasiado en acabarnos la sopa. Yo aún estaba algo mojada pero entre la buena siesta entre mantas y la sopa ardiendo estaba en perfecto estado. Y por fin tenía algo de color en la cara, lo mismo vi aparecer en la cara normalmente pálida de Leo. Aunque notaba un fuerte pinchazo en los pulmones.
Me fijé algo más en las manos de Leonard. En la mano derecha, en el dedo corazón tenía un anillo negro con una pequeña calavera de plata. Normalmente a mí no me solían interesar los anillos y otros complementos pero ese me gustó bastante. Simplemente me recordaba a Leo, que estaba a mi lado acabándose la sopa. Tenía una faceta oscura pero a la vez dulce. Quizás los demás no lo vieran así, pero yo relacioné su anillo con él enseguida, la sortija le iba que ni pintada.
Dejó el plato a su lado y se quedó mirando el anillo.
– ¿Te gusta? – me miró otra vez entre sus greñas de color negro.
– Sí – me surgió una risotada que ni yo misma me llegué a esperar. Él puso cara de extrañeza – Es porque me recuerda a ti. Pálido, oscuro y solitario, pero a la vez dulce, divertido y cariñoso. Dios que cursilada... – me reí de nuevo, noté cierto toque de nerviosismo en mi carcajada.
– Pues a mí no me parece cursi... Thank you, my lady – en aquel momento me sentí como en casa. Cuando bromeaba con Sam y Charlie. No. Esto era diferente. Muy diferente. No sería que... – Te lo regalo.
– ¿Qué? Oh, no. Ese anillo es tuyo. No hace falta en serio.
– Insisto, ten – me cogió la mano y me lo puso en el dedo. Entonces me vino una imagen a la cabeza. Un hombre y una mujer en un altar casándose. Moví la cabeza en ambas direcciones quitándome la idea de la cabeza. No. No. ¡NO!. No podía ser que yo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario