"No te fíes nunca de las apariencias..."

sábado, 12 de diciembre de 2009

The island of vampires 17


¿Sí? Orfanato Hamley – reconocí la voz de la directora del centro.
– ¿Directora Rose? Soy Emily.
– ¿Emily? Oh, Emily, que alegría. ¿Qué tal te van las cosas? – como era lógico no le podía contar nada.
– Muy bien, – intenté mentir – me he instalado en un pueblecito, y bueno, trabajo en un bar. Esto no esta nada mal.
– Me alegro, de verdad – noté franca alegría en su voz.
– Rose, tengo que hablar con Sam y Charlie, por favor.
– Oh, vaya, lo siento Emily, pero... no están. Han salido a hacer la compra con las cocineras. Si quieres les digo que te llamen después. Dime tu número...
– No hará falta, Sam lo tiene. Si puede que me llame más tarde.
– De acuerdo. Bueno, adiós.
– Adiós – colgué.

Quería despedirme de ellos, porque en el caso de que...
Unos fuertes golpes en la puerta me hicieron reaccionar. Me levanté y anduve poco a poco hacia la puerta.
– Le pido, madame, que se vaya vistiendo ya, la fiesta ha comenzado – aquella voz con acento francés no la reconocí. Seguramente fuera alguno de sus lacayos. Mi ánimo no estaba para fiestas, pero solo de pensar lo que podían hacerle a Leonard... Busqué en el armario el atuendo anteriormente mencionado por Abdiel. Era un vestido negro, de abundancia de encajes y más encajes posados encima de otros. Claramente de estilo gótico. Era demasiado fúnebre para mí pero esto era lo que tenía. La falda me llegaba más o menos a la altura de las rodillas. Y unos zapatos de tacón oscuros, demasiado exagerados respecto a la altura, lucían en mis pies contrastando con mi piel blanca.

Salí de la habitación y seguí a dos chicos de aspecto ambiguo, por sus largas melenas negras y su maquillaje en los ojos. Cuando se percataron de mi presencia estallaron en murmullos, no obstante, siguieron su camino. Bajando por unas escaleras en las paredes vi enormes cuadros de guerras y diversos retratos de la misma persona. La cual me recordaba indudablemente a Vlad, el hombre que supuestamente mandaba en este antro.
Al llegar a un amplio recibidor, el cual estaba vacío, oí un latido lejano. Las paredes estaban forradas de papel rojo, con una cenefa color cereza. La decoración no era muy abusiva. Dos tiestos a cada lado de una puerta y una enorme alfombra en el centro de la habitación.
Caminé hacia la puerta de madera. Los extraños latidos resurgían de ella. Alargué la mano y el pomo se giró sin yo haberlo tocado. Con un ruidoso chasquido el portón se entreabrió. Fue en ese momento cuando pude escuchar el latido con más claridad. Era música, en un volumen altísimo. Empujé la madera y se deslizó con facilidad. Mi cuello se estiró para ver lo que había detrás. Cientos de personas bailaban acumuladas en un recinto grandioso.
A simple vista parecía una discoteca normal y corriente, pero si uno se fijaba podía ver las diferencias. Personas bebiendo un sospechoso líquido rojizo de copas de cristal como si de champán se tratase. Algunos, en los sofás, en mitad de orgías de besos y mordiscos. Y en lo alto de la cumbre que se alzaba siguiendo unas escaleras, estaban sentados siete personajes contemplando cada escena que llenaba la estancia.
Se cerró la puerta detrás mío, con otro sonido molesto. Nadie se dio cuenta. Avancé poco a poco mirando de reojo las imagines más horribles y obscenas que podría haber visto en mi vida. Noté algo frío en mi mentón. Alcé la mirada y vi a Abdiel, con una coleta que recogía su pelo.
– ¿Te gusta este sitio? – no le contesté, mi mirada estaba fija en dos vampiros que le estaban quitando la vida a una chica en una de las esquinas.
– No demasiado – espeté apartando su mano.
– Ah, eso lo dicen todos... pero luego uno... se acostumbra. Ven. – cogió mi mano y avanzamos entre la multitud, que bailaba y saltaba.

Me arrastró hasta una pequeña sala VIP donde, de nuevo, vi a más vampiros disfrutando de la noche. Me hizo sentarme en un sofá alargado que se encontraba pegado a una de las paredes. No me hacía demasiada gracia estar en aquel lugar, con aquel... chico. En mi interior una casi inaudible vocecilla empezó a soltar un discurso, el cual fue aumentando de volumen a la vez que el cuerpo de Abdiel se acercaba a mí. Éste se quitó la chaqueta de hilo negro y la dejó sin miramientos en el reposabrazos más próximo a él. Me pegué lo más posible al costado del asiento. Abdiel era de ese tipo de chicos del cual una chica no debería fiarse, ignorando su naturaleza vampiríca.

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