"No te fíes nunca de las apariencias..."

sábado, 12 de diciembre de 2009

The island of vampires 7


Al despertar estaba tendida en la cama de Alexa y oía dos voces abajo. Una era la de Alexa la otra no la reconocía. Bajé de la cama y al salir de la habitación me acuclillé al lado de las escaleras para oír mejor. Sí, entonces supe de quien era la voz. De Leonard. Escuché mejor la conversación.
– Lo siento... Es que me preguntó por tus padres y claro... tuve que contarle también lo que les pasó a los suyos.
– No se como se te ha ocurrido... Sabes que eso es algo muy duro. Acuérdate de mí cuando me lo dijeron, estuve dos años sin hablar con nadie.
– Lo se, pero ella también quería saberlo y...
– ¿Y qué? – estaban discutiendo por lo que me había dicho Alexa. Ella no tenía la culpa. Yo pregunté por los padres de Leonard y acepté que me contara también la muerte de mis padres.
– Una cosa, ¿y tu cuando te has dado cuenta que era ella?
– … – hubo un silencio enorme – Cuando ha comenzado a llorar, me recordó un día – su voz era apagada y si no le hubiera visto la cara ninguna otra vez hubiera creído que su rostro mostraba tristeza o melancolía.

No quería que siguieran discutiendo así que comencé a bajar las escaleras. El crujido de las maderas les hizo girarse. Me contemplaron asustados, no se esperaban que apareciese.
– Hola – dije con una sonrisa – No hace falta que discutáis, nadie tiene la culpa, ¿vale? Alexa, ¿dónde está el baño? – le costó un poco reaccionar.
– Es aquella puerta de allá – señaló con el dedo índice en un movimiento rápido.
– Gracias – dije. Aún no había dirigido una mirada a Leonard. Mis ojos lo esquivaban.
Rodeé la mesa y entré dentro del reducido baño. Me lavé la cara. Aún podía notar el estómago hecho una bola tras llorar. Unos rayos de sol que entraron por una pequeña ventana del baño consiguieron alegrarme un poco.
Salí del servicio y miré el reloj de la cocina. La una y media del medio día. Cuando volví los ojos hacia donde estaba Alexa ya no vi a Leonard.

– Se ha ido – dijo Alexa leyéndome el pensamiento – Decía que no soportaba esto. Ya se le pasará. Tú estás bien, ¿no?
– Sí, tranquila. Me ha dado un bajón pero ya estoy bien.
– Menos mal. No sabes lo que me has asustado. Vale, a ver... mi abuela no está ahora. Ha ido a la lonja de Portsmouth a comprar pescado. Me ha dejado algo de dinero para que vayamos al bar. ¿Te apetece? Si no, no pasa nada. Podemos preparar ensalada y unas salchichas que tenemos congeladas.
– No, prefiero ir al bar – nos reímos y salimos de casa – Alexa, ¿crees que Leonard estará muy enfadado conmigo?
– No, tranquila. Normalmente pasa de todo y nunca se enfada, pero con este tema aunque no tenga razones para enfadarse siempre lo hace. No tienes la culpa en absoluto. Los dos lo habéis pasado muy mal. Si te quedas más tranquila después puedes ir a verle. Os dejaré a solas para no interferir en el tema de vuestros padres – me cogió la mano y le estrujé un poco. Alexa se estaba convirtiendo en una amiga muy preciada. Por supuesto que no me olvidaría de Sam y Charlie, pero ella era diferente, era mi amiga por diferentes motivos y temas relacionados.

Cerramos la puerta del bar detrás nuestro y tomamos asiento en una mesa. Una señora bajita y algo obesa se acercó a zancadas a nosotras. Se quedó un rato mirándome y de pronto pegó un salto mientras avisaba a todos los que habían alrededor.
– ¡Es la hija de los Proud! – un segundo tardaron todos en plantarse en círculo a mirarme.
– Es verdad, mirar, tiene los ojos de su madre. Y el pelo rubio de su padre – gritó una mujer de mediana edad y que parecía la más entusiasmada.
– Bueno, Sara, ¿nos sirves algo de comida? No es por nada pero tenemos hambre – dijo Alexa aguantándose las ganas de reír.
– Marchando el menú del día. Hamburguesa con patatas. Y de postre... os haré algo especial, venga.
La comida estaba para chuparse los dedos. De postre nos hizo unos gofres con nata y chocolate. Acabamos hinchadas del todo. No tuvimos que pagar ya que invitaba la casa según Sara. Al salir Alexa me dijo que esperaría en casa, que yo fuera a hablar con Leo. Le hice caso y me encaminé hacia su casa. Alexa se despidió desde su porche y entró en casa.
Toqué al timbre. Nada. Se oía de fondo el sonido de la música, One Step Closer de Linkin Park. Volví a llamar. Esta vez oí como alguien bajaba las escaleras lentamente. Me abrió la puerta un señor mayor.
– Hola joven. ¿Qué desea? – preguntó el hombre.
– ¿Está Leonard?
– Ah, sí. Está arriba en su habitación. Pasa, pasa. Sube.
Entré mientras decía gracias y subía las escaleras. Llegué a la puerta de donde provenía la música. Toqué con dos golpes a la puerta y tras un minuto se abrió. Al verme se sorprendió y fue corriendo a apagar la música. Me invitó a pasar.
– ¿Qué haces aquí? – dijo mirando por la ventana.
– Vengo a pedirte disculpas – dije sin contemplaciones – Siento que por mi culpa hayas tenido que discutir con Alexa.
– No he discutido con nadie y no tienes que disculparte por nada – fue frío y seco. Esta vez se giró y me miró a los ojos – ¿Queda claro?
– ¿Por qué eres tan frío? – pareció sorprenderle pero no cambio la expresión seria.
– Tú no eres nadie para decirme como me tengo que comportar. No sabes lo que siento – desvió la mirada hacia otro lugar poniendo los ojos en blanco. ¿Qué no sabía lo que sentía?¿Yo precisamente? Él se dio cuenta que había dicho algo que no debía.
– Así que no se lo que sientes, ¿no? – no. Otra vez llorando no. Pero era inevitable las piernas me flojeaban y de pronto me invadió la misma sensación de soledad que cuando Alexa me había contado la muerte de mis padres esta mañana – Mira, da igual. Me voy. Siento haberte molestado – salí de su habitación y comencé a bajar las escaleras a toda prisa. Me crucé con el anciano, que me dijo algo que no entendí. ¿Cómo podía haber sido tan cruel? Él tenía una casa, tenía a su abuelo, tenía un lugar donde vivir, esta aldea. Pero yo no. Yo no tenía nada. Me dí cuenta que estaba lloviendo cuando me empecé a empapar con el agua en la calle. No quería que Alexa me viera llorando otra vez así que me fui caminando hacia otro lugar. Caminé a la vez que lloraba y lloraba. Quería seguir caminando, por que sentía que si paraba caería al suelo y no podría levantarme hasta que alguien me encontrara tendida.
Oí los truenos como si hubieran caído a mi lado. Seguí caminando. Alcé la vista e hice una vuelta sobre mi misma. Estaba en la montaña y no me había dado cuenta. Desde allí arriba veía el mar a lo lejos. Mis zapatillas estaban mojadas y llenas de barro. Al igual que yo.
De alguna manera me había perdido. No sabía en que dirección estaba el pueblo ni como volver. De pronto alguien o algo me tocó la espalda. Me giré rápidamente. Me enrolló con su chaqueta y me pasó un brazo por el hombro. Después me volvió a mirar con sus ojos olivaceos y me preguntó al oído.

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